Nuestras manos todavía están entrelazadas
y los latidos de tu corazón retumban por toda la habitación.
¿Qué era aquello que me susurraste mientras sonreías?
Ah, sí: "El amor es tan loco y complicado y apasionante como quienes lo viven".
Y tú y yo lo vivíamos.
Sentados al pie de la ventana mientras tocábamos el piano,
bailando con las luciérnagas a la medianoche, regando un camino de besos por las sábanas desgarradas.
No existía cosa alguna que mi alma solitaria no amara de ti.
Tu sola existencia, el sonido de tu respiración, la forma en cómo agradecías a todo el mundo.
Pero, lamentablemente, el mundo nunca te lo pagó igual.
Ya no habían sonrisas, ni bromas malentendidas.
Otra vez estaba sola, escondida bajo la cama, ocultándome del monstruo que yo misma había creado.
Se apagó la música, se apagó el latir.
Anhelaba, quería, exigía ir a donde estabas; a donde el maldito mundo te llevó, lejos de mí.
Locura, locura, locura, locura.
Amor.
Entonces volviste. Rompiste la puerta y susurraste, tan dulcemente: "Ven conmigo".
Y yo tomé tu mano. Cortaba.
"Te cuidaré".
Y yo te creí, mientras mi mano ardía en llamas. Pronto, de mi cuerpo empezaron a quedar solo cenizas.
Y tuve miedo.
"No te sueltes...¡No te sueltes! ¡No me dejes solo!".
Nunca.
El rojo de nuestra pasión me envolvió entera. Ya no pude gritar. Ya no era capaz de sentir dolor.
Por fin... Por fin, tú y yo, seremos felices.
Mila.
(¡Feliz Navidad y Año Nuevo atrasados!).
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